Últimamente los sindicatos estamos siendo muy criticados, no será porque alguien quiere que dejemos de hacer nuestro trabajo para así campar a sus anchas y dejar a los y las trabajadoras al pie de los caballos?. No será que tienen miedo a que estando organizados les quitemos poder?
Haceros esta pregunta ¿ por qué son siempre los mismos los que quieren desprestigiarnos?
Haceros esta pregunta ¿ por qué son siempre los mismos los que quieren desprestigiarnos?
Nueva moda.
Rajar de los sindicalistas. Algo fácil y barato, por cierto. Lo llevan en la
solapa ciertos políticos, lanzando mensajes subliminales sobre su actual falta
de utilidad para los trabajadores, politización, corrupción, derroche
económico. Resulta curioso: Los mismos que alientan al escarnio público, suelen
lanzar piedras cargadas por sus propias mezquindades.
Además, la
destrucción del sindicalismo hace mucho más fácil la labor de los gobernantes,
sin movilizaciones ni huelgas, especialmente la de quienes dirigen tras la
cortina. Qué bien estaríamos si no existieran los sindicatos, piensan algunos.
El problema es
que esa frase por la que suspiran los gobernantes "Qué bien estaríamos sin
sindicatos" empieza a calar entre la gente de a pie, con un discurso
cargado de improperios, gritos, oportunismo, mala leche y, sobre todo, un
enorme vacío de argumentos que se resume en: "Para lo que hacen, mejor que
no hagan nada", "Por mí los echaba a todos y los ponía a trabajar",
"Están vendidos, no se mueven, no están con los trabajadores". Luego
terminan reservándote para el final el placer de oír la raída historia de:
"Conozco a uno que está de liberado sindical.".
Confesar ser
liberado sindical, en estos tiempos que corren, es un auténtico pecado capital.
Mejor inventar
cualquier otra cosa antes de que te descubran. Te pueden acechar en cualquier
esquina, a cualquier hora: sacando dinero, haciendo la compra, recogiendo a tus
hijos en el colegio. Cualquier lugar y excusa es buena, para utilizar como
insulto la palabra "sindicalista".
Se puede ser
banquero chupasangre, se puede ser político en cualquiera de sus muchos cargos
(concejal, alcalde, o delegado provincial.) y trincar todo lo que se quiera,
aceptar sobornos y trajes, realizar chantajes, revender terrenos públicos, recortarle
el sueldo a los trabajadores o directamente despedirlos sin indemnización. Se
puede, incluso, aumentar el recibo de la luz a los pensionistas hasta
asfixiarlos, o salir en fotos besando niños y ancianos mientras los colegios y
asilos se caen a trozos, cobrar dos o tres sueldos en tres cargos diferentes,
declarar a hacienda que se está arruinado mientras se cobra de mil chanchullos distintos,
para que su hijo obtenga la beca que le permita comprarse una moto a costa del Estado. En este
maldito país se puede ser lo que se quiera, pero no sindicalista.
Nadie se
acuerda ya de la última huelga, aquella en que nadie de la empresa fue, excepto
los dos afiliados que perdieron el sueldo de aquel día, para que luego se
firmara un acuerdo que les subió el sueldo a todos. Incluso a aquellos que
escupieron sobre la huelga.
O de Luís, ese
hombre que estuvo 30 años cotizando, y que gracias a la pre-jubilación que se consiguió
en su momento, puede ahora, con 60 años y despedido de su puesto, tirar para adelante
sin necesidad de buscar un trabajo que nadie le ofrecería.
Recuerden
también a Marta, la chica de 23 años que estuvo aguantando un jefe miserable
con aliento a coñac, que le obligaba a hacer más horas extras para tener un
momento de intimidad donde poder acosarla mientras le recordaba cuándo le
vencía el contrato. Hasta que su mejor amiga la llevó al sindicato y, gracias a
una liberada sindical, ahora el tipo ha tenido que indemnizarla hasta por
respirar.
Son muchos los
que les deben algo a los sindicatos, y a los sindicalistas: El maestro que pudo
denunciar al padre que le pegó en la puerta del colegio, los trabajadores que
consiguieron que no les echaran de la RENAULT, la chica que pudo exigir el cumplimiento
de su baja por maternidad en su supermercado. Porque también fue una liberada
sindical la que se puso al teléfono el día en que despidieron a Julia, la chica
de la tienda de fotos, y le ayudó a ser indemnizada como estipulan los
convenios; y aquel otro joven que movió cielo y tierra para arreglarle los
papeles al abuelo para procurarle una paga medio-decente, porque los usureros de
hace 30 años no lo aseguraban en ningún trabajo. Para qué recordar las horas al
teléfono escuchando con paciencia a cientos de opositores a los que no aprobaron,
gritando e insultado porque en el
examen no les contaron 2 décimas en la pregunta 4. O el otro compañero sindicalista,
el que denunció a la constructora que se negaba a indemnizar a la viuda de su amigo
Manuel, que trabajaba sin casco.
Ya nadie se
acuerda de dónde salieron sus vacaciones, los aumentos de sueldo que se fueron consensuando,
el derecho a una indemnización por despido, a una baja por enfermedad, o a un permiso
por asuntos propios.
Esta sociedad
del consumo, prefiere tirar un saco de manzanas porque una o dos están picadas,
por muy sanas que estén el resto. Los precedentes televisivos: entrenadores de fútbol,
famosos de la exclusiva en revistas, y demás subproductos, se convierten en clinex
de usar y tirar dependiendo de las modas. Ahora, en un momento en que los
trabajadores deben estar más juntos, arropados y combatientes contra quienes realmente
les explotan, aparecen grietas prefabricadas en los despachos de los altos
ejecutivos, ávidos de hincar más el diente en el rendimiento de la clase
trabajadora.
¿Quién tirará
la primera piedra? ¿Serán los políticos gobernantes, o los banqueros quienes hablarán
de dejadez o vagancia? ¿Tendrán capacidad moral los jueces o los periodistas,
de hablar de corrupción en las demás profesiones? ¿Serán más idóneos para
iniciar lapidaciones, los super-empresarios del ladrillo? ¿En qué profesión se
puede jurar que no existen vagos, corruptos, peseteros, o ladrones? ¿Preguntamos
mejor entre la Iglesia o la Monarquía? Pero qué fácil resulta rajar en este
país. Siembra la duda, y obtendrás fanatismo barato.
Qué bien
asfaltado les estamos dejando el camino a quienes realmente nos explotan cada
día.
¡Acabemos con
los sindicatos! Sí. Dejemos que la patronal y los bancos regulen los horarios, las
pensiones, los sueldos, las condiciones laborales y los costes del despido.
Verán cómo nos va a ir con la reforma del mercado laboral, cuando los sindicatos
dejen de existir y no puedan convocarse huelgas ni manifestaciones.
Verán qué
contentos se pondrán algunos cuando sepan que ya no estarán obligados a pagar
las flores de los centenares de trabajadores que mueren todos los años, a costa
de sus mezquindades.
Iñaki Gabilondo.